En Territorio Enemigo
Por:BB www.nonamekitchen.org
Era un día soleado y con un clima muy suave. Aunque no era un día cualquiera, porque aquel día, yo y seis amigos más decidimos salir a la conquista de la famosa Europa desde Bosnia. Cada uno tenía un objetivo concreto, una meta, sueños y futuros pintados mentalmente. Y en común, teníamos todos la esperanza de poder cambiar las vidas de nuestras respectivas familias. Lo preparamos todo, en fin, casi todo. Algunas ropas y algunos alimentos que llevaríamos a nuestras espaldas. Algunas de las mochilas eran más bien pesadas… La frontera croata, la malvada Croacia…
Allá empezó todo, allá empezó la lucha en la que todo puede volverse en contra tuyo. Sus habitantes, los campesinos, los leñadores… Sin olvidar la policía que actúa como el ojo de “Sauron”, quien todo lo ve. El mínimo paso en falso puede ser fatal. Hay que caminar prudente mientras el oído está atento a lo que te rodea. Es un esfuerzo físico y mental que quema muchísimas calorías. Allí, uno se encuentra en un estado perpetúo de vigilia. Caminamos por bosques durante horas a través de montañas interminables. Hicimos pequeñas pausas para descansar brevemente y caída la noche atravesamos un pequeño pueblo a toda velocidad. Formamos una fila, cada uno miraba de un costado mientras caminábamos apresuradamente, y en un pequeño momento de intención nos sorprendió un vehículo.
Continuó su camino como si nada, aunque supimos en aquel preciso instante que sus ocupantes habían avisado a “Sauron”. Nos alejamos apresuradamente de la carretera para escondernos y tan solo dos minutos más tarde aparecieron los “Nazgûl”, quienes sin cesar patrullaron los alrededores en busca de criminales culpables de buscar la libertad. Nos buscaron durante toda la noche, aunque si éxito. Estábamos bien escondidos bajo la carretera, con nuestro botín, con nuestros teléfonos y nuestro dinero, en esta sucia guerra tan poco equitativa. Sin haber prácticamente descansado, con sueño, y recordando alguna que otra pesadilla de los breves momentos en los que el cuerpo quedó dormido, no teníamos más opción que la de seguir nuestro camino. Pero esa mañana nos esperaba una nueva sorpresa. Un leñador nos avistó desde la distancia, aunque esperó a que lo perdiésemos de vista para llamar a los “Nazgûl”.
Todavía somnolientos corrimos hacia las montañas a través de bosques, mientras nos perseguían, mientras nos pisaban los talones. Aun así logramos volver a escondernos hasta llegada la noche. Entonces emprendimos de nuevo nuestro camino cuando se dieron por vencidos. Caminamos durante toda la noche, rodeados de sonidos extraños en aquella jungla salvare. Estábamos dispuesto a hacer frente a todo tipo de peligros, aunque no a los “Nazgûl”…
Caminamos durante días, sin cesar y una mañana, la fuerte lluvia que nos caía encima se convirtió en nieve, congelando todo a su paso. No teníamos más remedio que seguir adelante, de nada servia detenerse… Apenas una hora más tarde ya estábamos congelados y decidimos buscar refugio para calentarnos un poco aunque fuese y secar nuestras prendas. Encontramos un una vieja granja, en condiciones deplorables, aunque para nosotros aquello era un hotel de cuarenta estrellas. Hicimos una hoguera, secamos nuestras ropas e incluso encontramos unas bolsas con patatas que debían tener la misma edad que la presidenta de Croacia. Pasamos dos días allí comiendo patatas alrededor de la hoguera hasta que el cielo se despejó y el paisaje se reveló cubierto por un manto de nieve por el que dejamos nuestras huellas mientras continuamos nuestro largo camino.
El terreno era distinto, caminábamos por pistas forestales con lo que pudimos avanzar rápidamente. No muy lejos del segundo rio que cruzamos nos vio un vehículo. Eran ellos, y sin tardar más que unos segundos encendieron las luces y empezaron a descender, curva tras curva, por un sendero que los llevaría hasta nosotros. Aunque aquellas curvas y difícil terreno nos proporcionó un valioso tiempo con el que encontrar un lugar más seguro tras salir corriendo. Una vieja casa sin tejado y con nieve acumulada en su interior donde nos escondimos mientras el coche iba y venía en nuestra búsqueda por la zona preguntándose donde nos habríamos metido. —
Como cada día, esperábamos la caída de la noche para seguir nuestro camino hacia nuestro objetivo. Tomamos una carretera nacional desértica, aunque de vez en cuando pasaba algún coche. Caminamos toda la noche otra vez hasta llegar a “Ogulin”, un pequeño pueblo a treinta y cuatro kilómetros de la frontera con Eslovenia. A la mañana siguiente agotados y muertos de sed, bebimos, sin tener alternativa alguna, agua acumulada de los charcos. La usamos para preparar café e incluso pudimos cocinar unos macarrones deliciosos gracias a ella. Dormimos durante todo el día, despertamos y llenamos un poco más nuestros estómagos. Llenamos también nuestras botellas de agua y proseguimos nuestro viaje a través de una montaña imponente. Jamás vi algo así. Su cima estaba a 1800 metros de altitud, cubierta de una nieve en la que o bien nos hundíamos o resbalábamos varios metros. Uno de mis amigos tenía un zapato destrozado con lo que caminaba prácticamente descalzo por aquellas tierras gélidas.
Esa imagen, ese recuerdo, es algo que jamás olvidaré. El descenso por la otra vertiente fue duro, interminable, y por si fuera poco, el frio siberiano y el viento hacia que nuestras narices goteasen sin cesar. “Si logro superar esto sobreviviré a lo que sea” me decía a mí mismo. Y es que nos llevó dos días cruzar aquella enorme montaña. Una vez a sus pies, habiéndola conquistado por completo, les dije a mis amigos “Mirad donde estábamos, allá arriba, a tocar de cielo, que bello fue, aunque mucho más bello podría ser de no encontrarse en Croacia” Allí abajo, tras el descenso, se divide con un río el país de “Sauron” con el país de “Dark Vader”, allá mismo, nuestro amigo Mehdi nos dijo “Cuando hayamos cruzado os voy a preparar el mejor café que habéis probado jamás, mejor aún que el que os preparé en los bosques”.
Entonces envolvió cuidadosamente el café para protegerlo del agua y lo introdujo en su mochila antes de enfrentarnos a aquel río monstruoso y sin piedad que estábamos a punto de cruzar. Y es que tan solo con su sonido uno ya siente miedo, no hace falta siquiera verlo. Su rugido penetra en la mente con fuerza. Ancho de setenta metros, su corriente podría llevarse casas enteras, que decir de siete personas agotadas tras un viaje de doce días por junglas y montañas… Ubicamos un lugar por donde cruzar, aunque tras observar la fuerte corriente del agua decidimos seguir buscando una mejor opción, menos Mehdi, el amante del café, quien se quedó allá observando unos instantes hasta que se vino con nosotros. Aunque poco después se volvió marcha atrás sin que nos diésemos cuenta… Dimos entonces con un lugar donde el río se dividía en dos y las aguas eran menos agresivas en ambas mitades.
Una vez decididos sobre dónde cruzar, y quien lo haría primero, nos dimos cuenta de que Mehdi no estaba. De poco sirvieron nuestra gritos, el fuerte sonido del río se llevaba nuestras palabras a quien sabe donde. Seguía más arriba en el curso del río, sin querer venir a nuestro encuentro. El primero de nosotros que cruzó la primera mitad del río lo hizo despacio, resbalando aquí y allá aunque sin demasiadas dificultades. Llegó al islote que separaba las dos mitades y enseguida cruzó el segundo tramo, con comodidad. El agua no bajaba con tanta fuerza en aquel lado. Enseguida se escondió en el bosque, a nuestra espera y vigilante como siempre por si alguien nos avistaba. Nunca se sabe por donde van a aparecer en nuestra cacería.
Llamamos de vuelta a Mehdi, pensando que al vernos cruzar cómodamente en aquel lugar cambiaría de opinión y se vendría con nosotros. Pero allí seguía, cargado con su mochila, casi con los pies en el agua. Nosotros nos pusimos en fila, y uno a uno empezamos a cruzar despacio el primer tramo, sin dejar mucha distancia el uno del otro, y a la espera de que Mehdi se uniese a nosotros… Aunque no lo hizo a pesar de seguir llamándolo desde la distancia. Mehdi… dio unos pasos en el río, más arriba, allá donde las aguas eran más fuertes, y en un abrir y cerrar de ojos vimos todos como desaparecía su silueta y se la tragaba el agua… Perdimos el control ante la situación y casi se nos llevó la corriente a todos, aunque supimos reponernos sobre nuestras cansadas piernas, en medio de aquellas gélidas aguas y acabamos de cruzar hasta la otra orilla, siempre con la mirada posada en el río… Sanos y salvos, llegamos seis a la otra orilla, pero a que precio…
De qué servía lograr nuestro objetivo cuando se pierde una alma por el camino. La miseria empuja a las personas a arriesgarse, con la esperanza de una vida mejor. La miseria, la miseria es mejor que morir y lastimar a nuestros seres queridos quienes su única y mayor riqueza.
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